Bindu: Experiencia en yoganidrā

Bindu: Experiencia en yoganidrā

20/08/2020 2 Por Alias_Sanscrito
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Desde el final de la década de los 90, y casi coincidiendo con la enfermedad y muerte de mi padre, en el 2001, experimenté una profunda transformación personal. Durante el año 2002 me dediqué de lleno a leer sobre las tradiciones hinduistas, pues tuve la convicción de que eran las fuentes más fiables en las que podía basarme para apoyar mi aprendizaje.

Recuerdo que una mañana, desayunando, le expresé así a mi mujer mi profunda determinación. Le dije “es el camino…” y en efecto, aquello provocó que en los años siguientes mi vida comenzara a sufrir una serie de cambios importantes. Tales cambios, a ojos de alguien sin la suficiente visión podrían parecer normales en la vida de cualquiera, pero encajados e interpretados por mí ahora, fueron acontecimientos con sentido.


Además del yoga físico, descubrí el yoga mental o yoganidrā y desde el primer momento me interesó muchísimo. Desde años antes yo sufría de depresión. Ahora conozco la causa de ese estado mental (y físico) pero tardé mucho tiempo en darme cuenta de cuales eran sus causas directas e indirectas. Para solucionar el problema acudí durante largas temporadas a terapias psicológicas y también durante largos periodos tuve que medicarme con antidepresivos. Esta medicación tan sólo me mantenía en un nivel de “insensibilidad” aceptable, pero no arreglaba nada, más bien lo empeoraba porque poco a poco iba sintiendo que la toxicidad aumentaba en mi cuerpo y las ideas suicidas se iban estableciendo en mi mente hasta hacerse normales. Años más tarde sustituí los antidepresivos por alimentos fermentados que me ayudaron a limpiar mi organismo y a restablecer el equilibrio perdido. Pero eso, aunque importante, es otra historia.

Yoganidrā
Debo decir aquí que estoy francamente desolado porque, busques donde busques, el yoganidrā se ha convertido en una pobre y devaluada imagen de lo que en origen debió ser. La experiencia que narro en este artículo lo demuestra. Supongo que es lo mismo que le ha pasado a tantas y tantas cosas, como el yoga y la meditación. Se ha devaluado porque se presentan como instrumentos para muchas cosas (sanar, tener éxito, tener mejor sexo, etc…) pero no para lo que realmente son: recorrer el camino interior. Y cuando digo “camino”, sí, me refiero a un “paisaje”, a un “mapa”, a un periplo real que todos tenemos y podemos descubrir. 

Por todo esto me volqué en el yoga como filosofía y empecé a practicar yoganidrā aquel verano del 2002.

Dedicaba todos los días el rato anterior al sueño, y podía estar fácilmente 1 ó 2 horas diarias antes de dormirme practicando el protocolo de yoganidrā hasta que finalmente caía dormido. Así un día y otro. Me animaba la creencia (inexplicable) de que eso era bueno para mí, supongo que porque pensaba que de esa manera alcanzaría un equilibrio psicológico o algo semejante. No lo sé… y no puedo explicar por qué tenía tanto interés. Pero una noche…

Sucedió la experiencia

En efecto, una noche realicé lo mismo que había hecho otros días, con la diferencia de que esa tarde había bebido más cantidad de té frío de lo habitual. Hacía mucho calor y era la manera de combatirlo. Y no me di cuenta y el té me impidió tener sueño cuando me acosté. Así que decidí dedicar el insomnio al yoganidrā.

Recuerdo que esa noche pasé cerca de dos horas o más inmóvil y llegó a ser hasta doloroso. Me dolía todo de la inmovilidad. Como no me dormía insistía una y otra vez en poner mi atención en las diferentes partes del cuerpo, haciendo lo que se llama “rotación de la consciencia” que no es más que atender de forma rotativa y secuencial a las sensaciones corporales que uno recibe de esas zonas. Es tedioso y difícil porque con mucha facilidad uno puede distraerse.

Pasaba por periodos de duermevela y luego adquiría otra vez consciencia, volviendo a la carga.

Repentinamente comencé a sentir una vibración, primero leve y cada vez más fuerte, que empezó a aparecer a la vez por los pies y por la cabeza. En otras ocasiones ya había sentido esa sensación, pero siempre remitía, y esta vez se mantuvo llenándome por completo.

La oscilación fue aumentando en intensidad y se estableció en todos mis miembros, brazos, piernas, cabeza, torso… No sólo estaba vibrando, también comencé a oír un sonido peculiar que respondía a la frecuencia que me estaba invadiendo, que luego recordé como parecido al sonido del motor de un aspirador. Era un sonido también similar al de un enjambre de abejas, a modo de una especie de zumbido.

Estaba paralizado, y lo digo porque intenté moverme pero no podía. El único movimiento que podía hacer era abrir y cerrar los ojos, pero hasta ese momento dejé seguir la experiencia, pues no había nada de lo que preocuparse. Era algo inesperado, porque nadie me había dicho que podía suceder semejante cosa y en los manuales de yoganidrā por supuesto no se dice nada sobre eso.

Así estaba yo, dejándome llevar por las oscilaciones, cuando comenzó a materializarse delante de mis ojos, o mejor encima de mi pecho, una esfera blanco azulada que giraba lentamente y emitía una luz bellísima. No había nada más, porque la vibración había cesado, la oscuridad más absoluta dominaba mi entorno y allí, frente a mí, giraba aquella esfera de luz, con aspecto absolutamente material, pues recuerdo que giraba y tenía dimensiones. No era plana, era una “bola” y casi se podía tocar.

El deseo de indagar hizo que durante unos minutos me quedara observando la esfera. Un gran silencio, ninguna emoción por mi parte, salvo la sorpresa, la curiosidad y el miedo a lo desconocido. Pero nada de “amor universal” ni cosas similares. Nada de “conocimiento divino”. Nada de nada. Tan solo una esfera delante de mis ojos, a una distancia de un metro o dos.

Hasta ese momento yo me mantenía con los ojos cerrados y pasados unos minutos decidí abrirlos porque empecé a pensar que eso que estaba viendo era una ilusión, algo mental, y creí conveniente comprobar que era así. Así pues, abrí los ojos, con la esperanza de que la “visión” desapareciera…

Al abrir los ojos, pude ver la habitación, a oscuras pero con ciertos detalles perceptibles por la luz que entraba por la ventana. En Madrid, a las tres de la mañana, hay farolas en la calle, pasan coches, y todo eso se refleja en las ventanas, y en las habitaciones, si tienes la persiana subida. Y, encima de mi pecho, la esfera seguía flotando inmutable. No era una ilusión o al menos no era algo que hubiera construido con la imaginación. Estaba allí y la estaba viendo con mi ojo interior, cuya imagen se superponía a la de los ojos físicos.

Esto me produjo miedo, me desconcertó de tal manera que quise acabar con la experiencia, porque no sabía donde me llevaría. Así que quise cambiar de postura, pero me di cuenta de que estaba paralizado. No podía moverme. Tan sólo podía mover los párpados.

¡Entré en pánico..!. En aquellos años yo no tenía prácticamente ninguna formación esotérica y lo desconocía prácticamente todo sobre estos asuntos. No sabía qué era eso y no me lo esperaba. No había tenido contacto con estos temas más que de forma superficial, sin sistema, sin maestros… y esto que me estaba sucediendo era demasiado para mí.

Después de intentar moverme, comenzó de nuevo la vibración. Esta vez la experiencia fue hasta dolorosa, el cuerpo comenzó a vibrar y notaba burbujear la sangre como si fuera gaseosa. Todos los miembros se llenaron de esa sensación de burbujeo durante unos minutos inacabables. Esto poco a poco fue remitiendo y yo recuperé la movilidad. La esfera se disolvió suavemente y desapareció de mi vista. Unos minutos más tarde todo volvió a la normalidad.

En aquel tiempo no tenía contacto con maestros ni nadie que tuviera un mínimo de conocimientos acerca de estas cuestiones. La experiencia me produjo miedo y terminé por dejar de hacer yoganidrā. Me dediqué a mi trabajo, mi familia y otros asuntos, digamos “mundanos”. La vida siguió su curso, vinieron problemas vitales, como mi divorcio, y años más tarde comencé a estudiar Vedanta, sánscrito y pude explicarme la experiencia. Un maestro para mí de toda confianza me dijo que la visión que tuve era Bindu Visarga, o el punto Bindu y constituía una etapa en la evolución personal y esto lo explica el Trika perfectamente, por eso me puse en contacto con él.  Estaba escrito, seguramente, que eso tenía que ser así.

Más sobre Bindu

Comprender el final del viaje: Bindu significa Punto; a veces se le compara con una Perla, y a menudo se lo relaciona con el principio de la Semilla. Esto no es sólo una elección poética de palabras o filosofía, literalmente hay una etapa de la

Meditación Yoga en la que todas las experiencias colapsan -por así decirlo- en un punto, desde donde esas experiencias habían surgido inicialmente. El Bindu está próximo a la finalización del aspecto más sutil de la mente, después del cual uno viaja más allá o trasciende la mente y sus contenidos. Está cerca de donde el tiempo, el espacio y la causalidad se acaban, y es la entrada hacia lo Absoluto. Comprender este principio es extremadamente útil y esencial para la Meditación Avanzada.

Integración de las prácticas: Estar consciente de la naturaleza del Bindu ayuda mucho para apreciar que las diferentes prácticas son complementarias, no contradictorias, y que, a su manera, cada una lleva en dirección al Bindu. El Bindu es el punto de integración de la Meditación, la Contemplación, la Oración y el Mantra, y es parte del aspecto esotérico, místico, de casi la mayoría de las religiones y tradiciones meditativas. El Bindu es una realidad que se experimenta internamente, y es el punto donde confluyen los más elevados principios y prácticas del Yoga, Vedanta y Tantra. Intentar experimentar el Bindu y luego trascenderlo, sirve como principio capaz de organizar y focalizar todas las prácticas yóguicas o espirituales cuya intención es conducir hacia la experiencia directa.

Swami Jnaneshvara Bharati


Para ampliar información sobre esto, puede ser interesante consultar meditación Trika.